La convicción en nuestra propia realidad está basada en una sensación absolutamente incuestionable. Sentimos nuestra propia realidad instintivamente. Esta intuición de nuestra real esencia está fundamentada en el hecho de que no podemos negar nuestra propia existencia ni concebir nuestra inexistencia. Nos experimentamos siempre como una continuidad de existencia sin ruptura imaginable. Ya estemos despiertos o dormidos, no es concebible ninguna discontinuidad en ese río de consciencia.
Ese constante transfondo de ser y saber que se es, de realidad permanente, confiere su realidad a todo lo que surge. Por eso el ahora siempre es lo real, e incluso durante el sueño, el ahora del sueño nos parece realidad.
Existe pues una realidad y unas manifestaciones de ella. No hay error ni pecado en la vida ni en sus manifestaciones. Tan solo nosotros cometemos ese error inicial de creer que el mundo tiene alguna realidad independiente de la Esencia, de la realidad esencial.
Olvidamos esa intuición básica de que todo lo que surge tiene una realidad “prestada” de la realidad constante que somos... terminamos invirtiendo los términos y considerando el mundo como una realidad permanente y verdadera, mientras que nuestra propia realidad, la vemos como algo efímero, dependiente y destinado a la extinción.
El conocimiento profundo de ese error es lo único necesario, aunque nuestra vida y conducta nos lleven una y otra vez a convivir con él.